Diccionario y chocolate
Un lingote de áureas palabras que juntas superan los 5 kilos me esperaba descansando sobre la mesa de la feria local del libro. Fue una ganga que me conmovió por su añosa cubierta de deslavado color granate, el “Novísimo Diccionario de la Lengua Castellana” impreso en París por Ch. Bouret en 1893. Lleva el sello de un antiguo dueño: Hermenegildo Esperanza radicado en Ocotlán ¿Jalisco? No… como siempre Google se convierte en mi disipador de dudas o en detonador de fantasías. Hay un Ocotlán de Morelos en el estado de Oaxaca, y hay dentro de este municipio una localidad llamada Santa María Tocuela, y hay, dentro de Santa María, una escuela primaria nombrada “Hermenegildo Esperanza”. ¿Perteneció mi novísimo diccionario a un hombre ilustre por cuyas dignidades bautizaron a una escuela? ¿o es sencillamente una cuestión de homónimo onomástico?.
Bien, ahora el “Novísimo” tiene una propietaria ignara (V. Ignorante) que seguramente lo subvalora y aprovecha una tarde de lunes para lamentar la pauperización de nuestro léxico. Con un rápido y superficial vistazo rescato algunas joyas fenecidas:
Dulcecente (Lo que tira a dulce)
Emparaisarse (Extasiarse, elevarse, sublimarse a un paraíso de fruición divina… ser dulcemente mecido en inefable y celestial arrobo, como quien sueña lograda la posesión omnímoda de su primer amor. –No sé qué sea lo mejor de esta palabra, sus cinco hermosas sílabas o su defición-)
Ignipes (El que tiene pies de fuego)
Ñifrerías (Malos tratos)
Oftalmoxistra (qué carajos, una escobilla para limpiar las pestañas)
Tabente (Que consume o aniquila)
Zahor (Blancura ambarina)
Y otras curiosidades como invencionero y reguilado (alegre como los reguiletes).
Un lingüista podría sacarle provecho a mi “Novísimo”, yo me limito a emparaisarme con el nuevo sabor de la humeante “ignipes”. Entre las casi 2 mil páginas del diccionario venían encajados varios artículos periodísticos que quizá Don Hermenegildo u otro diligente dueño coleccionaron entre agosto y septiembre de 1925. La gran mayoría de ellos firmados por Alejandro Quijano, quien 14 años más tarde sería el director de la Academia Mexicana de la Lengua. El señor Quijano se muestra bastante entusiasmado por la aparición del “Flamante Diccionario” editado por la RAE (la de 1925 sería la décimoquinta edición en la historia de los DRAE, impresa bajo la dictadura de Primo de Rivera, pero eso a los mexicanos parece no importarles, tenían sus propios problemas posrrevolucionarios) en el que se incluía por primera vez, entre otras muchas novedades, las palabras “motocicleta” y “motociclista”, la extorsionadora y deudora del francés “chantaje” y, desgraciadamente, se añadían a nuestro vocabulario las hoy tan actuales “xenofobia” y “xenófobo”.
Termino aquí la pobre reseña de mi descubrimiento, habré de buscarle un estante resistente y un buen compañero, ninguno demasiado moderno, no vaya a ser que se arrugue de agitación.
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