14.11.07

Día mundial de la diabetes


K. tiene diabetes.

K. aún no cumple 4 años, desde hace tres años recibe insulina inyectada. Sus amorosos padres miden sus niveles de glucosa en la sangre tres veces al día, tres veces al día también recibe su dosis, esa que sustituye la deficiencia de sus células beta.

K. llora siempre que le pinchan los deditos, aunque sus padres llevan un religioso conteo rotatorio (en la mañana el pulgar, en la tarde el índice, en la noche el corazón, en la mañana del día siguiente el anular, luego el meñique y, por la noche, cuando ya no quedan más dedos de la mano derecha, toca el pulgar de la izquierda… así siempre).

K. hace cosas enternecedoras: cuando observa que alguien bebe refresco “light” pregunta “¿la tienes altita?”. A veces, cuando le prohíben comer algo que desea, comienza a saltar y pide en voz queda “bájate, bájate, bájate” como si la glucosa pudiera írsele a los pies, literalmente bajar.

K. aprende palabras nuevas con una habilidad pasmosa, canta, ríe, juega, llora, charla y, de vez en cuando, se siente enferma. Sus cambios de humor son asumidos en casa como los cambios del clima, no todos los días son soleados, pero el sol, aunque no se vea, está allí.

K. sufrió un coma diabético hace tres años pero, afortunadamente, K. vive en un país en desarrollo y tiene una familia dispuesta a peregrinar a hospitales, pediatras, endocrinos y asociaciones. Hay otros niños, miles, que ya no están aquí para aprender nuevas palabras.

K. es una luchadora, una lección para todos los que la conocemos y amamos.

K. es la niña de nuestros ojos, la única niña en una casa de adultos. Su mirada (plagiando a Pessoa) es tan nítida como la de un girasol.

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