24.11.12
14.11.12
Día mundial de la diabetes
17.4.12
16.3.11
Japón
Tsugumi shishite
hane hiroguru ni
makasetari
Al morir, el tsugumi
dejó a sus alas
abrirse por última vez
...Un haiku de Seishi, como jaculatoria.
3.3.11
Roto
Antes solía recortar la caricatura social o política que aparecía en los periódicos, la que me impactaba por condensar en una imagen la problemática social, el evento de actualidad (E. sigue haciéndolo, colecciona las de El Roto, monero que publica en El País). Esa narrativa visual, “visión binócula del mundo” diría Gil de Vicario en 1920, tiene la cualidad de reflejar la realidad, si bien algunas veces distorsionándola o exagerándola. Hace poco encontré en el diario Público-Milenio otro tipo de tira, ya sin sátira ni humor, sino cruda. Estos monitos tienen una mezcla extraña de candor y brutalidad, si cabe.
Esta tira refleja, con esas curiosas imágenes y el texto que las acompaña, el día a día de los mexicanos, mejor que cualquier artículo de opinión, nota roja o editorial.
Etiquetas: violencia
15.11.10
Ánimas y Toshiro Mifune
Cuando charlaba con J. Campos (quien hace muchos años nos acercó generosamente al cine de Kurosawa) sobre el impacto de ver a Mifune con gabán y traje bordado, me dijo que por momentos el actor no podía ocultar su fuerte “pasado samurái,” por lo que Ánimas, a veces, asumía posturas corporales más cercanas al guerrero antiguo que al indígena. Cierto, la música también tiene ciertos toques… y la fotografía, a cargo de Gabriel Figueroa (el mismo que fue premiado en Cannes y Locarno por María Candelaria, en Karlovy Vary por Río Escondido, el mismo que hizo Los Olvidados).
Ánimas: ¿Cómo se hace grande un hombre?
Compadre: Dando cosas buenas
Ánimas: Sí es bueno… Me costó mucho dinero.
Compadre: Usté quiere mercar respeto, y eso no se puede.
Ánimas: ¿Por qué no? Si ahora soy grande.
Compadres: ¿Usté? Siempre ha sido chaparro por dentro.
Etiquetas: Toshiro Mifune
20.5.10
Argos
Buen guardián, como si hubiera leído en la República de Platón que debía ser ligero, combativo y naturalmente filósofo (feroz con lo extraño y amable con lo familiar, entrañando asombrosamente dos cualidades opuestas).
Fue un cachorro de no-demasiada-compañía, luego un chucho “sin más intimidad que la precisa.” Lloraba por una sola razón: thunder and lightning. Tenía 14 o 15 años, perdí la cuenta. Nunca conseguí domesticarlo del todo, en cambio, el chucho me domesticó por completo.
Cierto, Argos nunca llegó a tener actitudes proposicionales (propotitional attitudes) -creencias, deseos, intenciones- como se lo exigía Donald Davidson para considerarlo “animal racional.” Sin lenguaje, su patrón de conducta no era complejo, no arrastraba esa red de relaciones necesaria para pensar. Pero… me da la gana atribuirle cierto pensamiento intraducible, así como a otros les da la gana un dios incognoscible.
Lo nombré Argos en honor al original perro homérico, el que envejecido, esperaba el regreso de Ulises. Ese pasaje de la Odisea es conmovedor (canto XVII), el chucho no sólo no olvida, sino que distingue a Ulises pese al disfraz que Palas Atenea le fabrica. Asombra la espera, pero también la capacidad de recordación de Argos (ese recordari latino, unión de re y cordis, Ulises de nuevo pasa por su corazón). Reconoce al “irreconocible” ¿pero qué rasgo, qué esencia o accidente pudo identificar Argos? Aconsejado por la diosa, Ulises renunció a su piel, a su rubia melena, a sus hermosos ojos. ¿Cómo pudo saber el chucho que bajo ese artificio se escondía Ulises? El viejo chucho mueve la cola, lo saluda de lejos, deja caer las orejas, y muere.
Argos lengua negra.
Los años y el cáncer, la jeringa eutanásica de S.
Mi perro ha muerto, escribió Neruda, “Ahora él ya se fue con su pelaje, su mala educación, su nariz fría.”
12.4.10
Barril y Barral
4.2.09
Traduttore, traditore
Diccionarios especializados y algunas horas de estudio para poder comprender el lenguaje que nombra una realidad que nos ha llevado al carajo (llevo meses volcando al español, con la misma cautela, suaves preludios para la “R word”, Recesión…desaceleración, ralentización, debilidad económica, escaso crecimiento, espiral descendente…), tan cerca y tan lejos de los de a pie.
Solía despertarme con las noticias de CNN para adivinar el tema que tendría la traducción de ese día (ah, ya cayó Lehman, AIG, oohh, las automotrices gringas, el rescate, desplome en las bolsas, Maddoff, Steve Jobs). Comencé a tomarle el gustillo a la economía, prefería traducir sobre eso que sobre viajes al Amazonas, novedades tecnológicas o autos híbridos.
Echaré de menos la urgencia de la entrega, el reto de trasvasar con claridad, verter sin tanta pérdida, la “negociación” como la llama Umberto Eco. Echaré de menos la desprestigiada literatura de periódico, el estilo argumentativo del periodismo de opinión norteamericano.
Vale. Ya no traduzco economía, volveré a los días en los que sólo interpretaba las monedas en mis manos.
5.12.08
Wallraff, el infiltrado
El domingo, a las 8.30 de la mañana (un horario muy alemán para nuestros cuerpos mexicanos), estábamos citados para desayunar con Günter Wallraff gracias a la mediación del Instituto Goethe.
Mi carácter excitable había hecho ya estragos con mi mandíbula desde días antes (apretaba los dientes mientras leía Cabeza de turco, los apretaba mientras tomaba notas de El periodista indeseable -"Durante 8 horas he sido uno de los mecanismos de la cadena, ahora quiero volver a ser un hombre"- mientras imaginaba que alguien reconocería mi condición de infiltrada -mi título claramente lo dice: fi-lo-so-fí-a).
Pero finalmente allí estábamos, un petit comité que, entre chilaquiles y frijoles, escuchamos a Wallraff contar algunas de sus 'travesuras'. Respondía a todas nuestras preguntas y daba lecciones de modestia sin saberlo. He aquí a un hombre que se preparó durante 10 años para encarnar, lo más fielmente posible, a un turco inmigrante. He aquí a un hombre cuya obra ha vendido más de 5 millones de ejemplares y ha sido traducida a más de 30 idiomas, y no se conduce como una celebridad (¿será su condición de monje periodista?) ni habla como si estuviera sentando cátedra.
Un hombre delgado, ágil, lleno de esa cosa llamada consciencia social y de ganas de seguir haciendo lo que mejor sabe: quitar máscaras (aunque para conseguirlo tenga que ponerse una, método que muchos critican, quizá por envidia).
Van las líneas que redacté para el portal, sin que las hayan publicado aún:
Si el periodismo encubierto tuviera que definirse con dos palabras, estas serían "Günter Wallraff", el nombre de pila del periodista alemán que se inventa múltiples alias para infiltrarse, literalmente, en el engranaje de la máquina que investiga.
La máquina puede ser una fábrica, una cadena de supermercados, una planta automotriz, la redacción de un diario o un call center, estructuras que Wallraff disecciona desde su interior para desvelar las precarias condiciones laborales de los empleados, las vejaciones e injusticias, la discriminación, la explotación o la mentira.
Este "periodista indeseable" está en México, visitando en esta ocasión la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. Sus libros, por lo demás, no necesitan publicitarse, son ya textos clásicos del periodismo de investigación, siendo Cabeza de turco quizá el más representativo.
La FIL está llena de periodistas, pero pocos como Wallraff, dispuesto a dejar su propia identidad para asumir la voz de los otros, de los más vulnerables. "Si pudiera hablar español, viviría en México el resto de mi vida" afirma, azuzado por la realidad de un país donde los sectores vulnerables tienen contadas voces que narren sus cuitas.
A sus 66 años y tras todo lo vivido (enjuiciado innumerables veces por las revelaciones de sus investigaciones, encarcelado y torturado en la Grecia de Gizikis y expulsado de Moscú por su interés en las violaciones de los derechos humanos en Chechenia, retado por problemas de salud) su capacidad de indignación sigue intacta. "Se trata de un sentido de responsabilidad, pero también lo que hago me divierte, es divertido desenmascarar a los poderosos" explica Wallraff.
En el fondo, se intuye que lo que mueve a este praedicator veridicus es la romántica creencia de que el periodismo puede servir como arma para cambiar al mundo. La creencia deja de ser romántica cuando, efectivamente, la opinión pública comienza a exigir cuentas gracias a la publicación de sus investigaciones, nunca basadas en el "se dice", sino recogidas de primera mano.
"Cuando trabajo y me expreso en tanto que periodista y escritor, jamás lo hago de oídas, de segunda mano (...) el que vive y siente algo en su propia carne saca sus conclusiones mucho más rápidas y decisivas que si solamente ha escuchado o leído algunas informaciones a ese respecto", se lee en su obra El periodista indeseable.
La humildad le impide ver que quedan pocos como él, periodistas armados de sensibilidad social, atentos a la desigualdad imperante y dispuestos a infiltrarse en los mecanismos del engranaje para denunciarla. Es un hombre sencillo, con un talante que recuerda al de un misionero. Quizá por eso no nos sorprende que, en su época de juventud, considerara recluirse del mundo en un monasterio.
6.10.08
Ay México
Vivir en México es habitar en la irrealidad, en una ficción permanente similar a la que se vive ‘al otro lado del espejo’ (donde la Alicia de Caroll andaba hacia atrás y en dirección contraria, y repartía primero el pastel y después lo partía… acá primero se construyen las calles y luego se planean, primero se inundan las ciudades y luego se edifican presas, primero se elige al representante popular y luego hay elecciones).
En México, durante todas las horas del día la realidad está invertida (se castiga al honrado y se premia al ímprobo, se alientan la improductividad y la lentitud, se recompensan la ineficacia y la estulticia).
Es el México de Breton, “mal despertado de su pasado mitológico”, donde el tlatoani viste los colores de un partido o las siglas de un sindicato. Un México surrealista y kafkiano (reza el sabio dicho: Si Franz Kafka fuera mexicano, sería costumbrista).
México es el reino del alogos, bajo todas sus acepciones: la no-razón, el no-orden, el no-fundamento, el no-sentido, el no-lenguaje. Aquí se vive la contradicción sin superación dialéctica, aquí la contradicción no se resuelve, es nuestro modo humano de ser en el mundo.
La casa que habitamos los mexicanos es tierra baldía. En el México del maíz se importa el grano, en el México petrolero se importa la gasolina, en el Méxicocuernodelabundancia el salario mínimo es de miseria (5 dólares diarios) -en contraste, nuestra burocracia es una de las más caras del mundo (cada uno de los 500 diputados del Congreso gana 15,000 dólares mensuales, mientras que cada uno de los 128 senadores percibe una dieta de 13,000 dólares mensuales, sin contar pólizas, aguinaldos y bonos)-. En el México del “sí se puede” la mitad de la población vive en condiciones de pobreza: uno de cada dos mexicanos “no puede.”
En el México del contrasentido, las fauces de la Secretaría de Hacienda se tragan a los que “medio sí pueden” para que el 10% de los hogares ricos entre los ricos sigan concentrando el 40% de los recursos. ¿Paga más quién más gana? En el México de la honestidad el empleado de Hacienda me confiesa: “En lo que va del año usted, con sus seis salarios mínimos, ha pagado más impuestos que un REPECO que gana 2 millones de pesos.” En el México de la desolación me hundo en la silla del módulo del SAT.
En el México de los robatodo éste es el pillaje que más duele (conocimiento de causa: me han robado el coche, la cartera, el teléfono celular, y han entrado a casa en varias ocasiones). ¿Los impuestos son el precio de vivir en una sociedad civilizada?, este Estado mexicano no devuelve a la sociedad esa extracción impositiva a través de bienes públicos -educación, servicios, justicia, seguridad, sanidad-. Una persona como yo, con actividad profesional (¿traducir los vaivenes de la economía global es una profesión?), no goza de ninguna prestación (sin patrón no tienes ni seguro social, ni infonavit, ni seguro de retiro, ni prestación por desempleo).
En el México de las palabras vacías la reforma hacendaria lleva la coletilla “Por los que menos tienen”… y yo, que estoy escasa, me atiborro de siglas que mes a mes me roban dos días laborables y me carcomen el jornal: ISR, IETU, IVA, DIOT. Es el México de los trámites, 5 declaraciones mensuales por seis salarios mínimos con una carga tributaria que se chupa el 30% de mis ingresos. En el México del revés el sistema fiscal progresivo es regresivo. En el México comprensivo a los morosos Hacienda les condona hasta un 80% de sus adeudos.
Es el México sano pero infestado de violencia y corrupción, donde los habitantes son árboles con raíces descompuestas, atacados por la analogía más cercana al gigantesco Armillaria ostoyae (ese famoso hongo responsable de la devastación de 900 hectáreas en el Bosque Nacional Malheur de Oregón): el narco, la mordida, la rapacería política, la ineptitud, el secuestro, se extienden subterráneamente. Somos comestibles, en una letal simbiosis entre hongo y planta.
Es el México donde la pesadilla de Giuseppe Tornatore Una pura formalitá encarna en cada oficina y dependencia, incluso en cada universidad. Todos los que estamos inermes frente a la ventanilla, frente al escritorio, somos Onoff, atormentados por sabe dios qué culpa disfrazada de trámite. La burocracia se erige en Inspector, con mayúsculas (Roman Polanski se inspiró en nuestros funcionarios para representar el papel), con toda su raíz latina -inspicio, fijar la mirada atentamente-.
Es el México de millones de gregoriosamsa convertidos en escarabajo pelotero y sin invitación a la fiesta de la habitación contigua donde suena el violín. Vulnerables al manzanazo que todos los días se nos incrusta en la espalda.
¿Qué hacer en el alogos? ¿Buscar un orden, un sentido?
Lo hay si recurrimos a la “ciudad infernal” de Italo Calvino, esa ciudad que -según Kublai Khan- hacía inútil todo esfuerzo humano porque se imponía como destino último: “y allí en el fondo, en una espiral cada vez más cerrada, nos sorbe la corriente.”
¿Qué respondió Marco Polo? “El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.
Ah, Calvino supo definir ese magma que constituyen las ciudades, lugares de trueque…no sólo de mercancías, también trueques de palabras, deseos, recuerdos. Pero en la casa que habitamos los mexicanos el intercambio es deficitario, entregamos mucho a cambio de muy poco.
¿Aceptamos el infierno para dejar de verlo o nos entregamos a la tarea de buscar, en medio del infierno, lo que no es infierno? ¿De verdad hay ciudades felices escondidas en las ciudades infelices? ¿Una pequeña razón en la tierra del alogos?
27.8.08
Justicia poética
Pertenezco a ese amplísimo grupo de personas que guardan recortes de periódicos, y al subgrupo que luego los olvida, doblados y amarillentos entre las páginas de libros o cuadernos. La única ventaja de este abandono involuntario es que, al cabo del tiempo, los artículos te salen al encuentro con su brillo intacto.
Hoy redescubrí, entre las hojas de mi libretita de caballo, una breve nota editorial del New York Times: “The best way out is through.” El título toma prestada la frase que aparece en la poesía de Robert Frost “A servant to servants”… y podría traducirse como “el mejor camino para salir es siempre a través.”
La nota narra lo siguiente: La vieja casa del ausente y admirable Frost (en Ripton, Vermont) fue invadida por una tropa de adolescentes que la usaron como guarida para beber y desmadrarse en una fría noche de diciembre. Dejaron tras su paso destrozos, vómitos, orina y cerveza. Asombrosamente, el castigo que el sistema judicial de Vermont le impuso a los jóvenes vándalos fue una lección de poesía.
Jay Parini, biógrafo de Frost y también profesor de literatura, fue invitado a aplicar el ‘correctivo’, y así se enfrentó escéptico a la tarea de enseñar el camino de la poesía al grupo de ignorantes muchachos que habían desacralizado la rústica cabaña donde Frost se había mudado para sembrar manzanas y escribir, en ese orden.
Las clases de Parini giraron en torno a la obra del propio Frost, en particular dos poemas: “The road not taken” y “Out, Out”.
(“El camino no tomado” ha sido harto analizado y tiene una larga cola de interpretaciones, personalmente prefiero aquellas que rechazan el tono moralino -elegir el camino menos transitado- y se centran más en la duda que a todos siempre nos asalta ante una bifurcación -¿por dónde? ¿cuál recorrer?-, estamos condenados a elegir siempre, pero también estamos condenados a nunca saber qué hubiera pasado de haber elegido diferente… y como estamos hechos de tiempo, también estamos condenados a una limitada actualización de posibilidades de elección. Algo de eso se respira en esa lamentación de la primera estrofa “And sorry I could not travel both”. El segundo poema -tristísimo por realista, o realista por no huir de la tristeza- narra la muerte de un niño en el difícil mundo rural, donde los niños colaboran realizando trabajo de adultos -y como adulto empuña una sierra que le cercena la mano.)
La elocuencia de ambos poemas llegó, gracias a Parini, al oído interno de los chavales. El artículo cita estas palabras del profesor: “Parecía que les habían sacudido las entrañas. Una llamada de atención: no desperdicies la vida” (Justo ahora me viene a la mente el verbo que Olga Orozco usaba para definir la función de la poesía: azuzar).
Así, la poesía no fue tanto castigo como rehabilitación, cimbrando los dañados cimientos de esos adolescentes ahora menos ignorantes. Y eso es, en definitiva, un homenaje a Frost. ¿Fueron “tocados” y “heridos” por la poesía? Eso parece sugerir Parini, y eso es lo único que a Frost le hubiera interesado.
En su ensayo “Education by poetry”, poco traducido al español a pesar de su belleza, Frost señala que todo pensamiento es metafórico (jugando incluso a descubrir metáforas en el pensamiento científico y matemático). Y agrega esta revelación: “a menos de que no habites en la metáfora, a menos de que no tengas una educación poética adecuada en la metáfora, no estás a salvo en el mundo.” La educación en la metáfora (en el lenguaje, si vamos un poco más lejos y admitimos que todo lenguaje es metafórico) es un camino -otra vez la bifurcación- para habitar el mundo sin andar perdido.
Nuestras incultas y pendencieras autoridades deberían aprender de esta curiosa ‘reeducación’ impuesta por la corte de Vermont, y aplicar de vez en vez correctivos que efectivamente cimbren los fundamentos de los transgresores. Pero pocos poemas se leen en las sobrepobladas cárceles, donde el lenguaje tampoco es libre. Lo mismo sucede en las aulas.
22.7.08
Duele Tlaltenango
A Tlaltenango lo desgarró uno de sus tantos arroyos, El Jaloco, que atraviesa la ciudad de este a oeste. Cargado de las aguas que se casan infinitamente en la Sierra de Morones, el afluente destripó casas, calles, autos, animales… y ennegreció el hoy y el mañana de casi todos sus habitantes.
Llamé a P, pero la línea telefónica estaba cortada. Tampoco pude comunicarme con L y M quienes, según me dicen, se han volcado a ayudar a convecinos menos afortunados. La familia que vive en Tlaltenango está bien, todos. Tlalte, como le dicen los que conocen bien ese terruño, no se recuperará sin dejar cicatrices. No recuerdo una tragedia similar en 30 años.
Íbamos a su plaza en busca de raspados, a cenar taquitos dorados, a comer conos de cajeta en la feria de diciembre, a visitar a la familia paterna. Llegué a ir al cine y a la disco. Antes de que Internet llegara a Tepechitlán, también íbamos al ciber. En Tlaltenango eran las graduaciones de mis primos… Tepechi está a 20 minutos en carretera y soporta estoicamente esa tradicional rivalidad entre pueblos vecinos. Pero Tepechi es más pequeño, más pobre. Por eso Tlaltenango se enorgullecía de tener el único colegio privado, la única universidad -el Instituto Tecnológico Superior Zacatecas Sur con sus cuatro licenciaturas-, el único hospital y la zona comercial más activa del cañón.
Zacatecas es un estado incómodo para las estadísticas y los planes regionales. Zacatecas vive una pobreza más típica del sur siendo un estado del norte. Ese gran norte que (según dicen) tira del país, guarda justo en su centro a un estado de formas caprichosas y economía inestable. Tierra de revolucionarios y cristeros, de curas y cosechas, de desierto y nopalera. Más de la mitad de su población es rural, y su crecimiento poblacional es inferior a la media nacional porque, claro, la migración desangra a sus habitantes (su índice de intensidad migratoria lo coloca en el primer lugar nacional).
Y allí está Tlaltenango, ni siquiera entre los cinco principales municipios, pero encabezando la actividad de una zona que recoge lo que puede entre las dos capitales cercanas: Zacatecas y Guadalajara.
La tromba que inundó Tlaltenango dejó 15 mil damnificados, decenas de desaparecidos y, desgraciadamente, muertos. Entidades gubernamentales han enviado su apoyo, así como otros municipios vecinos, organizando acopio de víveres y alimentos. Los migrantes zacatecanos, a través de los clubes fundados en Estados Unidos, también colaboran.
El gobierno del Estado abrió una cuenta bancaria en Banorte para donativos económicos: número 0821020697, sucursal 821 a nombre de la Secretaría de Finanzas de la entidad. Asimismo, la Federación de Clubes Zacatecanos del Sur de California ofrece una cuenta en una institución norteamericana.
(Autoría de la imagen: Guillermo Tapia/El Sol de Zacatecas)
Etiquetas: Tlaltenango
18.4.08
Duquesa Roja
Sanlúcar de Barrameda significó un año de intensos descubrimientos, de alguna manera estar allí me hacía sentir cerca de América, de allí partió Colón en su tercer viaje y Magallanes en su primer viaje de circunnavegación. Su puerto fue, en algún momento, una vena que comunicaba a ambos continentes.
En Sanlúcar viví, por primera vez, junto a un río. Y no cualquier río, sino ese que muere en la gran boca del Atlántico, el que va “corriendo al mar entre vergeles” -como diría Antonio Machado-: el Guadalquivir. A lo lejos, el parque de Doñana, una de las reservas naturales más importantes de Europa, se quedó siempre como una promesa, un deseo metido en el cuerpo, nunca crucé en barca, nunca busqué las ruinas del templo fenicio dedicado a Astarté (que apoya la teoría de que Sanlúcar es ese Luciferi Fanum mencionado por el griego Estrabón). Sanlúcar inició mi virgen paladar a un fruto bivalvo que desconocía: las coquinas.
También descubrí un cafecito idílico, su calefacción en el invierno y sus frescos muros en los duros veranos andaluces eran una invitación al visitante pobre: por un par de euros podía pasar la tarde allí, clavada en un cómodo sillón y con una pequeña biblioteca abierta al lector ocasional. La cafetería, la casa palacio donde ésta estaba, los libros y casi toda la historia antigua de Sanlúcar le pertenecían a alguien: Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia.
Usar aquí el verbo “pertenecer” es lo más cercano y a la vez lo más contradictorio que pueda decirse de la duquesa. Su casa era propiedad de todos, no sólo abría sus puertas a los que, como yo, buscábamos un lugar tranquilo y un café. Abría su casa a cualquiera que quisiera pasear por sus viejos pasillos, husmear las antigüedades. Sus salones principales alojaban a estudiantes y académicos que se daban cita allí una vez al año para realizar cursos (la UNED me sedujo entonces con un curso titulado “Claves del pensamiento europeo contemporáneo”). Y, lo más importante, abría el archivo de la casa ducal (el archivo privado más importante de Europa) a todo amante de la historia. Reacia a dejar ese histórico acervo en manos gubernamentales o de instituciones elitistas, lo dirigió siempre bajo un principio, el de la generosidad. Ella y el archivo estaban al alcance de cualquiera.
Me gustaba verla por allí, delgada y fumadora, paseando sus años, sus conocimientos y su rebeldía: a pesar de su origen aristocrático su vida estuvo marcada por ideales republicanos, y su lucha antifranquista y la defensa de los campesinos tras el accidente nuclear de Palomares le valió la cárcel en los 60s. La publicación de su novela “La Huelga” la expuso a otro proceso bajo un juzgado militar. Su alias es más elocuente que cualquier dato: La Duquesa Roja.
Nada de ese pasado, que hubiera enorgullecido a cualquier librepensador y a tantos y tantos socialistas que hoy se cuelgan medallas, se reflejaba en su trato. Era amable, tímida y, sobre todo, humilde. Nunca la escuché hablar de sí misma, pero sí de las mentiras que el mundo daba por ciertas, rechazaba las historias oficiales y los mitos históricos. Quizá me aventure mucho en decir esto, pero creo que le gustaba la reacción perpleja de las personas cuando soltaba algún dato que contradecía una verdad asumida como absoluta. Tenía vocación de azuzadora, en el mejor sentido socrático.
Me parecía que irritaba a la nobleza tanto como a los círculos de historiadores, por su vida y sus afirmaciones controvertidas. Sin embargo, esa misma condición de marginalidad le concedía un status diferente, una libertad sin límites.
Esta mujer estudiosa, crítica y contestataria murió hace unas semanas. En su féretro yacía, según leí, con un libro entre las manos: “Obras Completas de Manuel y Antonio Machado”. Así, acompañada por dos amantes del Guadalquivir, se despidió la duquesa de Medina Sidonia, princesa de Montalbán, marquesa de Villafranca del Bierzo, marquesa de Los Vélez, tres veces grande de España, tres veces grande de España, tres veces grande de España.
23.2.08
De bibliotecas
Las homilías de L. H. eran la única razón que me llevaba a misa los domingos, cuando la liturgia aún tenía algo de sentido. Tras las lecturas de los textos bíblicos, crípticos por su naturaleza, el padre H. iniciaba una explicación inaudita: contextualizaba en su historicidad los acontecimientos, ofrecía vívidas descripciones de la geografía de Israel, hacía filología y hermenéutica delante de nuestros ojos. Se desplazaba entre los diferentes horizontes para traernos la comprensión de algo añejo y distante. Fue allí donde por primera vez, cuando niña, aprendí sobre los orígenes del conflicto israelí-palestino, fue allí donde se me reveló el poder de las metáforas y las alegorías. El padre H. hablaba sobre el significado del “olivo” en los diferentes textos sagrados, sobre las grandes catedrales europeas, sobre las culturas extranjeras. Asistir a misa era asistir a una clase de historia (historia de las religiones, historia del arte, historia de las culturas), a una lección de teología y geografía unidas por el amor a Dios y al mundo.
Cierta vez, en casa, L. H. nos contó que, habiendo recorrido muchas partes del mundo y visitado tantas y tantísimas iglesias y catedrales católicas, descubrió un santuario donde la presencia de lo sagrado era aplastante, donde comunicarte con Dios era mucho más sencillo, un templo que ofrecía la tranquilidad y la atmósfera necesarias para poder escucharlo… curiosamente, se trataba de un templo budista. Así era el padre H., abierto a la escucha de Dios sin prejuicios, sin juzgar si la voz provenía de una piedra, un libro, un paisaje, una catedral o un templo budista.
L. H. falleció en un accidente de coche. Lo echo de menos, creo que sería el único sacerdote al que acudiría hoy, hoy que no hay fe ni liturgia que me muevan a objetar el argumento de Ivan Karamazov de “devolver el billete.”
Hace unos días estuve en la biblioteca del padre, o lo que queda de ella. Pude hojear sus libros (la mayoría de sus años estudiantiles), fechados en París, en Bruselas, en México. Algunos estaban subrayados, con notas al margen, con pequeños boletitos del metro parisino intercalados en sus páginas, con folios de cuaderno explicando o citando algún pasaje. Libros en latín, en griego, en francés, en italiano, en español, en inglés… el padre era políglota. Tenía a Karl Rahner, pero también tenía a Borges y a Shakespeare. Ahora estoy a la espera, unas manos generosas me han prometido entregarme algunos de estos libros. Será un obsequio valioso, inmerecido, infinitamente agradecido.