Homofobia
Primero, que un festival de esta naturaleza se lleve a cabo en una ciudad tradicionalmente conservadora dice mucho de la disposición de la sociedad y de las autoridades para asumir la integración (o, como primer paso, la tolerancia) de las minorías sexuales. Segundo, que Fernando del Collado haya sido agendado en el programa significa que, más allá del reconocimiento de la diversidad, cabe recordar a las personas victimadas por ejercer una sexualidad diferente.
Fernando es un buen periodista, sensible siempre a las innumerables injusticias que recorren el país. Por la amistad que nos une y por la relevancia de su investigación y la calidad del texto publicado por Tusquets, me apunté humildemente a la presentación del libro.
Adjunto aquí el textito pronunciado hace unos días:
Cuando se me pidió que presentara “Homofobia” de Fernando del Collado, sentí una responsabilidad poco grata, porque este es un libro que no se deja reseñar, como no se pueden reseñar la impotencia y la apatía. Pero, al mismo tiempo, porque no se trata de un libro fácil, porque sus páginas exigen al lector una gran dosis de entereza para no soltarlo vencidos por el dolor y la frustración, hablarles de él, del libro, me supuso un reto inestimable, pues me permite contribuir de alguna manera a la difusión de este valioso trabajo de investigación que, lejos de ser sólo una “ofrenda solidaria en memoria de las víctimas de la homofobia” como el propio Fernando lo califica, sus páginas se convierten en una denuncia clara, abierta, dura y pública contra el fracaso de nuestra sociedad en aceptar al otro, a los que ejercen una sexualidad que desafía los moralismos imperantes, y es, sobre todo, una denuncia contra el fracaso de nuestras autoridades a la hora de tratar con justeza –no ya la vida- sino la muerte, de los homosexuales.
Los dos poemas que abren la lectura son, por sí mismos, una declaración de principios. Fernando eligió a Eugenio Montale, ese poeta italiano que dio voz a la crisis del hombre contemporáneo y que hospedaba en su casa a escritores perseguidos por la inquina fascista en la Segunda Guerra Mundial; y eligió también a Arthur Rimbaud, el poeta maldito, el proscrito. Así, este libro cobija, con nombres y apellidos, a seres desterrados de la justicia, Fernando los trae de vuelta, como una punzante herida que nos debe sangrar a todos.
“Homofobia, odio, crimen y justicia” documenta los crímenes contra homosexuales con el celo, la dedicación y la sensibilidad que no tuvieron las propias autoridades policiales para indagar los asesinatos de esta minoría vulnerada hasta en la muerte.
El desprecio, la anulación, el rechazo, la discriminación, la impunidad, el odio, el desinterés, la indiferencia, la estigmatización y el miedo dejan de ser conceptos para convertirse, tristemente, en realidades que se cobran víctimas inocentes. Y cerrando esa cadena de brutal animadversión, la pesada losa del olvido. Contra eso se levantan estas páginas, Fernando no sólo recupera la memoria de los olvidados, de sus deudos, la voz de madres y amantes huérfanos, de familias rotas; también -y esa es la más valiente contribución de esta edición- nos abre los ojos ante situaciones que preferiríamos desconocer, porque una vez sabidas, nos sobreviene una muda culpa y la urgencia impostergable de actuar.
El libro es una ventana a la homofobia institucional, legal, judicial, que deja latir en el subsuelo una homofobia social y cultural que permea nuestro mundo mexicano abotargado de prejuicios –y aquí Fernando escribe sin concesiones-: “A los homosexuales se les prejuzga de origen. El serlo ya es condenable, pareciera como si el tener una orientación sexual diferente fuera en sí mismo un delito y su asesinato no fuera sino la consecuencia de esa ‘degeneración’.”
No voy a repetir aquí las vergonzantes cifras, este libro humaniza cualquier estadística. El porcentaje de los crímenes que permanecen impunes roza lo inverosímil; pero más sorprendente aún, si cabe admirarse ante este panorama tan desolador, es la férrea voluntad judicial de etiquetar estas muertes como “crímenes pasionales” en un indignante intento simplificador que les ahorra muchas pesquisas y diligencias. El crimen se minimiza y termina por perder toda la violencia y la aversión que lo originaron. Tipificar los crímenes de odio en el Código Penal federal es una exigencia que empapa cada una de las líneas de este texto.
Reconocer los crímenes de odio es reconocer que en México se comenten agresiones, delitos y crímenes cuyas víctimas están señaladas de antemano por su orientación sexual, género, religión, raza y discapacidad física entre otras categorías. Estas minorías son ignoradas por nuestra legislación. Así, el sistema jurídico se une al sinnúmero de exclusiones que determinan sus vidas. Fernando descorre el velo de los llamados “crímenes pasionales” para mostrarnos la saña, la tortura, las vejaciones que caracterizan las muertes por homofobia.
Hay que decirlo, tipificar el crimen de odio les devolvería a las víctimas algo de la dignidad que les fue arrebatada, pues esta minoría sexual no sólo vive una vida sometida a prejuicios, también las causas de su muerte se prejuzgan, se juzgan de antemano contribuyendo a una doble condenación: por su manera de vivir y por su manera de morir.
La imagen que Fernando nos ofrece de las oficinas centrales de la procuraduría capitalina, que aloja el archivo central de los expedientes judiciales, donde centenares de averiguaciones previas se amontonan en el suelo, carpetas apiladas en los pasillos, arrinconadas en los escritorios, olvidadas en las estanterías… esta imagen es una negra analogía de la situación que viven los homosexuales: igualmente arrinconados, olvidados, postergados sus derechos.
Fernando realizó un recorrido por la vida de algunas de las víctimas y de sus verdugos, por el aciago camino de las averiguaciones previas plagadas de prejuicios, de lagunas, de omisiones, de incapacidad e incompetencia. Él ha hecho el trabajo sucio, ha estado donde nadie antes había estado, desafió las trabas burocráticas y se sumergió en el mar de expedientes que develaban, para cualquier ojo adiestrado en la defensa de los derechos humanos, la desgana y la apatía en los procesos cuando el victimado se trataba de un homosexual. Ahora nos toca a nosotros hacer otro tipo de trabajo: una reflexión profunda sobre el desempeño de nuestras autoridades a la hora de esclarecer los crímenes por homofobia, tomar grave conciencia del desamparo en que se encuentran estas minorías, frente a la ley, frente al resto de una sociedad que tolera e incluso promueve la violencia contra las minorías, donde la discriminación se practica desde los poderes institucionales y desde los poderes fácticos como lo son la Iglesia, los medios de comunicación, la opinión pública y los partidos políticos.
De poco servirá impulsar reformas legislativas si la discriminación sigue presente en nuestros hogares, si la sociedad no amplía su concepción de las relaciones humanas, si seguimos sancionando la diversidad. Los mexicanos necesitamos reconciliarnos con nuestro cuerpo, aceptar la existencia y el ejercicio de un eros libre de implicaciones negativas, debemos buscar la realización de aspectos vitales de la libertad –como es el ejercicio de nuestra sexualidad- sin sufrimiento, pues, como afirma el filósofo francés Michel Onfray: somos soberanos de nuestro cuerpo, y eso es, quizá, lo único que nos pertenece cabalmente.
Este reportaje ensayístico viene a azuzarnos, abre una pregunta que no puede, no debe dejarnos impávidos: ¿Qué estamos haciendo para detener estas brutales vejaciones? ¿Qué estamos haciendo para erradicar el mal –no de la homosexualidad, como algunos lo llaman- sino el de la intolerancia? El odio se cobra muchas víctimas.
Sin embargo, dentro de este escenario pesimista, este libro es también un reconocimiento a la épica labor de algunas organizaciones como Aquesex (cuya dedicación para educar en la sexualidad es invaluable), el colectivo Sol y el ENAH (esforzados en recabar los testimonios de vida de los homosexuales), la Comisión Ciudadana contra los Crímenes de Odio por Homofobia y otras dependencias pro derechos humanos que no han cesado en su labor de marcar la diferencia.
Tengo el honor de conocer a Fernando del Collado desde hace años, sé que tuvo que acallar el dolor de documentar la impunidad para poder hacerla pública. No puedo imaginarme el catártico proceso que vivió al escribir este libro, creo que él mismo desconoce el alcance que su trabajo tiene y hasta qué punto la lectura de su libro modificará las preconcepciones de muchos y, si se abren cielos más claros, promoverá y alimentará la discusión de temas acuciantes. Gracias Fernando, por tu profesionalidad, por tu escritura, por las horas de investigación, por los testimonios, por ofrecernos –creo que por primera vez en el país- un libro que documenta los crímenes por odio y, sobre todo, gracias por pelear contra el olvido.
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