Francisco Ayala es un hombre que da la pelea a un doble crepúsculo: el suyo y el del humanismo. El escritor español, Premio Cervantes de Literatura 1991 y Premio Príncipe de Asturias 1998, alcanzará el 16 de marzo los 100 años.
A través de ensayos y relatos este autor granadino se ha esforzado en interrogar la condición humana y su realidad histórica, empresa punzante para alguien marcado por el exilio y la violencia; el recuerdo en carne viva se llama Francisco Ayala. El ejército nacionalista fusiló a su padre y a un hermano menor, siendo republicano huyó tras la Guerra Civil hacia Argentina, años después el régimen peronista lo obliga a un segundo exilio, esta vez en Puerto Rico y, más tarde, Estados Unidos. Muerto Franco, Ayala volvió definitivamente a Madrid. Una centuria de éxodo geográfico con una sola constante: la escritura.
En el Madrid de su juventud, coincide con José Ortega y Gasset, Zubiri, María Zambrano, Ramón Gómez de la Serna y Manuel García Morente, fervorosos tertulianos que hacían filosofía en los cafés, conoce también a Unamuno y a García Lorca. Su amistad con Julio Cortázar en Buenos Aires es la responsable de la hermosa traducción que realiza el cronopio de los cuentos de Poe. Amigos suyos fueron Rafael Alberti, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges, este último describió un cuento de Ayala, El hechizado, como uno de los más memorables de las literaturas hispánicas.
Novelista, ensayista, catedrático, crítico literario, teórico de la traducción y sociólogo, Ayala empeñó y sigue empeñando su vida al ejercicio de ciertos valores que hoy caen en desuso, revitalizando el poder creativo de la imaginación estética y el imperativo délfico "conócete a ti mismo". Sus ensayos poseen la misma cualidad de los escritos orteguianos, son actuales sin dejar de pertenecer a una época, la exégesis los despierta o, quizá, el Ayala visionario los escribió para responder a inquietudes sempiternas, pues los problemas de hoy son los problemas de ayer.
Ayala exhibe la política convertida en marketing, donde los presidentes son vendidos como producto; exhibe una televisión configuradora de prejuicios; dilucida las relaciones entre los intelectuales y el poder. Escribe también contra las ideologías nacionalistas y el fanatismo religioso. No duda en subrayar, en innumerables ensayos, la responsabilidad de Occidente con su política torpe y su ignorancia acerca de la realidad del mundo islámico. Su obra, de múltiples tintes, es el resultado de una vocación que une vida y oficio, preocupación moral e ironía, independencia de juicio y curiosidad intelectual.
Los usurpadores, una colección de ficciones redactadas en los primeros años del exilio, rompen un silencio literario para ofrecer la representación alegórica de un Estado sin alma, poblado de hechizados que se afanan por el poder, el poder como usurpación de la libertad del otro. Cortes decrépitas e inquisidores implacables en una España cristiana, musulmana y judía.
En El escritor en la sociedad de masas, el también Premio Nacional de las Letras Españolas (1988) estudia la necesidad de impulsar una sana cultura de masas con una literatura capaz de competir con el sensacionalismo y la propaganda degradante que asedian al público. Los métodos de seducción que la prensa emplea son expuestos en el ensayo Tecnología y libertad (1959), el amarillismo hecho industria implica "la ruina definitiva del ethos racionalista de la Modernidad". El problema del liberalismo (1941, publicado originalmente en México por el FCE) destaca asimismo el manejo interesado de la opinión pública por los medios de comunicación, que para Ayala es síntoma de la masificación de la sociedad.
La antropología ayaliana desarrollada en claves de ficción y reflexión lleva en su interior la esperanza en la humanización del hombre a través de la cultura y la educación, de allí su apuesta por las bibliotecas, por la lectura, por el compromiso del hombre de letras frente a la degradación, el caos y el desamparo.
Hace poco más de un año, Ayala pronunció en el Congreso Internacional de la Lengua las siguientes palabras: "Por el lenguaje se define mi presencia en el mundo: me siento, y me he sentido desde siempre, un escritor: mi ocupación constante ha consistido en dar forma verbal por escrito a las ocurrencias de mi fantasía". Ésta es la radiografía de sí mismo, la aceptación obediente de una misión que se prolonga sin dar visos de agotarse. Francisco Ayala García-Duarte es el narrador de un siglo, su testigo privilegiado.
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(Texto publicado el domingo 12 de marzo en el suplemento cultural El Ángel del diario Reforma).
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