27.11.06

Sánchez Vázquez, hacedor de utopías


El semblante andaluz de la Feria Internacional del Libro acertó de lleno al homenajear hoy al filósofo Adolfo Sánchez Vázquez, su historia vital resume los avatares de una España desarticulada por el franquismo y un México floreciente gracias en gran parte al exilio ibérico.
Sánchez Vázquez nació hace más de nueve décadas en Algeciras (Cádiz) y pasó su niñez en una Málaga republicana. Militante comunista desde su juventud estudió en el Madrid universitario de Ortega y Gasset, de Gaos y de Zubiri. Allí conoce a unos juveniles Rafael Alberti, Miguel Hernández y Pablo Neruda. Por luchar al lado de los vencidos huyó tras la Guerra Civil hacia Francia, donde aceptó la invitación (como aceptaron intelectuales de la talla de Joaquín Xirau, Eduardo Nicol, José Gaos o García Bacca) que Lázaro Cárdenas hizo a los refugiados españoles y emigra, para siempre, a México. El pensador andaluz nunca ha olvidado el nombre del barco que lo trajo a las costas de Veracruz en 1939: el Sinaia.
Dos aspectos distinguen a Sánchez Vázquez del resto de los exiliados: él no formaba parte del exilio intelectual, era apenas un veinteañero sin publicaciones pero ansioso de encontrar un marco teórico para sus inquietudes marxistas. Y nunca ha dejado de sentirse como un exiliado, a pesar de haber echado raíces en México la huella trágica del destierro lo marcó como “un desgarrón que no acaba de desgarrarse, una herida que no cicatriza, una puerta que parece abrirse y que nunca se abre”.
Fue en México, bajo las lecciones de Eli de Gortari, donde Sánchez Vázquez inicia el recorrido que hoy lo ubica como uno de los grandes renovadores del marxismo, artífice de una original filosofía práctica con capacidad transformadora.
Profesor emérito de la UNAM, Premio Nacional de Ciencias y Artes, Premio María Zambrano, habiente de múltiples doctorados honoris causa y de la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, este imprescindible humanista ha contribuido con sus estudios sobre estética, política y filosofía a la utopía de un mundo más justo. Su filosofía de la praxis ofrece la esperanza de un socialismo autocrítico alejado de todo dogmatismo.
La coherencia entre su obra y su vida lo convierten en un Quijote contemporáneo (según su propia lectura del personaje de Cervantes, éste vivía en el empeño utópico de realizar siempre el bien) y lo conducen a una senda difícil de recorrer cuando el compromiso está con la libertad y la democracia.
Sus ensayos sobre literatura van de Machado a Sor Juana, de Unamuno a Octavio Paz; sus reflexiones oscilan entre la experiencia estética, la ética y la dimensión política de la ciencia, la técnica, el arte y la religión; sus escritos filosóficos pasan por Kant, Heidegger, Rousseau y vuelven siempre a Marx. Su quehacer se ciñe invariablemente a la voluntad de rechazar la deshumanización y transformar el mundo.
Dedicado a su vocación docente y a la investigación, Sánchez Vázquez ha puesto la filosofía al servicio de la vida; como esteta ha recuperado el poder del arte para relacionarnos con la realidad; como poeta militante ha concedido a las palabras una función creadora y liberadora.
Arraigado en la Andalucía de su nostalgia y en el México de hoy, este autor gaditano encarna en su conducta y en su pensamiento la resistencia a los dogmas, una autonomía intelectual poco común. Y representa, sobre todo, un capítulo de la historia de España escrito en suelo mexicano. Quizá la fuerza que desembarcó del barco Sinaia pueda reducirse en esta sentencia suya: “No se puede vivir sin utopías.”

(La fotografía fue tomada en diciembre de 1938, Adolfo Sánchez Vázquez participaba en la batalla de Teruel)

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26.11.06

Los exiliados

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La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, consolidada ya como el escenario más importante del mundo editorial en español, dedicará su vigésima edición a Andalucía. La singularidad de su programa, que rinde homenaje a Francisco Ayala (1906) y a Adolfo Sánchez Vázquez (1915) es un hecho que le imprime un semblante histórico además de literario. Ambos pensadores encarnan un episodio de la historia de España escrito en tierras americanas: el exilio republicano.
Ayala y Sánchez Vázquez son el reclamo vivo de la memoria, sobrevivientes del desarraigo cada uno ha construido su vida y su obra desde la escisión, la nostalgia. Sin apenas cruzarse, el itinerario vital de estos andaluces coincide en sus rasgos más íntimos. Desde el sur llegaron al Madrid de Ortega y Gasset, de Zubiri y de Alberti. Ayala convivió con Lorca y Unamuno, Sánchez Vázquez con Miguel Hernández y Neruda, los nombres de una época. Ambos, uno granadino y el otro algecireño, sufrieron pérdidas a manos del ejército nacional, a Ayala le fueron arrebatados su padre y su hermano, a Sánchez Vázquez su tío. Uno y otro sirvieron a los ideales republicanos desde trincheras distintas, un joven Ayala como funcionario y un adolescente Sánchez Vázquez como militante del partido comunista (ambos fueron también soldados). En 1939, tras la Guerra Civil, emigran hacia Francia y posteriormente a su exilio definitivo en América. La travesía transatlántica de Francisco Ayala finaliza en Argentina y el barco Sinaia deja a Sánchez Vázquez en las costas veracruzanas. Los dos pensadores retoñan en el vínculo solidario de los países hispanos.
Mientras en la España franquista el silencio se cernía armado de censura, las tierras adoptivas de los refugiados se beneficiaron del contingente de mentes lúcidas y críticas que llegaron del mar. Ayala devino en uno de los narradores más importantes del siglo XX y Sánchez Vázquez se convirtió, tras años de docencia concienzuda, en un referente ineludible de la filosofía política contemporánea.
Los dos han penetrado en las entrañas de su circunstancia histórica meditando sobre el exilio, la libertad y la democracia, temas recurrentes en su obra ensayística. Los dos, Ayala en la práctica de la ficción literaria y Sánchez Vázquez en la teoría estética, han vislumbrado en el arte una función liberadora y dinámica, capaz de actuar sobre el mundo. Fieles a su estirpe cervantina, ambos encontraron en el Quijote esta invitación al cambio, bajo una lectura en clave de utopía según Sánchez Vázquez o persiguiendo su sublime locura de acuerdo a Ayala.
Los une también su vocación humanista, por un lado Sánchez Vázquez ha revalorizado el contenido humanista del marxismo para construir un proyecto de socialismo donde los valores humanos se anteponen a cualquier prioridad doctrinaria; por otro lado, Ayala ha apostado por un proceso de humanización de la cultura y la educación. Sus propuestas se centran en la necesidad de una comprensión crítica de la sociedad y de una conciencia de la realidad histórica a través del análisis de sus procesos políticos y económicos, sus expresiones artísticas y morales. Esto los ha distinguido como intelectuales antidogmáticos e independientes, ambos arremeten contra totalitarismos y nacionalismos, contra el uso del poder en perjuicio del otro.
Bajo esta estela Ayala y Sánchez Vázquez son ideólogos de la esperanza, ejercen el optimismo humilde de quien se mantiene en la creencia, ante la desorientación y alienación del hombre, de que es posible emanciparnos.
Los une, por último, la responsabilidad y el compromiso que determina su actividad intelectual; son ejemplo de congruencia, de una vida dedicada a la enseñanza. Estas afinidades no son fortuitas, representan las inquietudes del espíritu de su tiempo, un tiempo difícil. Ayala personifica a la Generación del 27 (la de Lorca, Cernuda, Aleixandre y Alberti), Sánchez Vázquez a la Generación del 36 (con Ferrater Mora, María Zambrano y Julián Marías entre otros), constelaciones de autores universales.
Radicalmente andaluces y radicalmente americanos, estos dos autores imprimen al homenaje de la presente Feria Internacional del Libro un cariz diferente (ausente en las ediciones 2000 y 2004, con España y Cataluña como invitadas), donde la aciaga experiencia del exilio impele al afortunado maridaje entre América y Europa
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Andalucía en Jalisco

Andalucía y Jalisco, unidas a través de la literatura en la vigésima edición de la Feria Internacional del Libro, son regiones hermanadas desde hace siglos por la historia. Jalisco fue territorio novohispano y Andalucía fue la puerta de América. Desde el principio su relación estuvo hecha de palabras, tejida en el tráfico de documentos que entraban en la lonja de mercaderes, hoy Archivo General de Indias, donde quedaba registrada la comunicación y el comercio con las colonias. La antigua Nueva Galicia (Jalisco y Zacatecas) tiene gran parte de su historia depositada en las estanterías del Archivo, ubicado en el corazón de Sevilla.

Reflexionar sobre lo que ambos territorios comparten promete sugestivos descubrimientos. Andalucía lleva por escudo al mítico Hércules entre dos columnas sujetando a dos leones, son estos mismos leones los que ostenta el escudo de Jalisco, marcado desde sus orígenes por la presencia andaluza.

Ambas regiones han impuesto sus símbolos sobre una realidad nacional variopinta, resumen los tópicos de sus respectivos países y exportan su imagen al exterior, son postales elaboradas por las guías turísticas. Por un lado el cante y baile flamenco, por el otro el mariachi y el jarabe. Allá las corridas de toros, acá los jaripeos y las charreadas. Pero los jaliscienses y los andaluces no habitan un decorado, algo que distingue a Sevilla y a Guadalajara es que han sobrevivido a la estereotipización, permanecen fieles a sí mismas más allá de los clichés, los parques temáticos y las fórmulas de los folletos.

Andalucía y Jalisco comparten la afición por la denominación de origen, celosos de su vid y de su agave han proyectado a latitudes astronómicas el Xerez y el Tequila. Curiosamente también se arrogan el sello de calidad sus mujeres, son famosos los ojos tapatíos y las bellezas andaluzas de piel tostada y negra cabellera. Del otro lado del mar imperan los naranjos y los olivos, de este lado los encinos y las pitayas. Ambos lados pueden presumir de ser tierras soleadas y extrovertidas. Comparten la devoción a la virgen -Guadalupana o Macarena-, el gusto por la fiesta y las tabernas, y cumplen, después de todo, con el trámite del pintoresquismo para la complacencia del turista.

La amalgama entre estos territorios se extiende hasta la esencia del jarabe tapatío, su raíz árabe “sharab” tan dulce como las fresas de Huelva repica todavía en el zapateado gitano. El jarabe de tan misteriosa genealogía como el flamenco, lleva igual que éste la huella del mestizaje de toda música tradicional. Árabe es también Guadalajara, que se une en su prefijo “Guad” al milenario río Guadalquivir, el único río navegable de España.

Andalucía concibió a Picasso y a Velázquez, Jalisco a Orozco y a María Izquierdo, y cada una dio al mundo a su propio Murillo, uno sevillano y pintor barroco del siglo XVII y el otro polémico tapatío apodado “Dr. Atl”. De Sevilla es Pastora Pavón “La niña de los Peines” considerada la mejor cantaora de todos los tiempos, de Guadalajara es Ma. de la Luz Flores “Lucha Reyes”, la mejor intérprete de la canción vernácula mexicana. Andalucía y Jalisco han sido inusualmente prolíficas en escritores; andaluces eran Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca, Luis Cernuda y Antonio Machado, Rafael Alberti y María Zambrano; jaliscienses eran Juan Rulfo y Agustín Yáñez, Mariano Azuela y Juan José Arreola, Elías Nandino y Enrique González Martínez.

Si Italo Calvino lleva razón con aquello de “todos los lugares comunican con todos los lugares instantáneamente” en los próximos días podremos acercar el gótico de la Catedral sevillana al templo Expiatorio tapatío, las heladas de la sierra granadina alimentarán el frío clima de Zapotlán y la romería de la virgen del Rocío en Almonte peregrinará por las calles de San Juan de los Lagos. Si Andalucía y Jalisco se acoplan las comparsas y el carnaval de Cádiz resonarán en Sayula, los mantones de manila se anudarán con el bordado fino de los Altos y los sarapes de Teocaltiche, la cerámica de Triana encarnará en Tonalá y la ciudad de Úbeda brotará en Tepatitlán de Morelos. Si Sevilla y Guadalajara se funden en un abecedario de tradiciones la Feria Internacional del Libro podrá convertirse en un hondo abrazo entre dos culturas que se reconocen consanguíneas.

Anécdotas de la FIL

Ayer se inauguró la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, segunda en importancia mundial después de la de Frankfurt y primera en el mundo castellano. Como cada año, una región es invitada a ser el ombligo del evento, esta vez tocó Andalucía. Qué dicha.

Acercarse a la Feria es una experiencia etnográfica, mientras paseas por kilómetros de estanterías puedes tomar nota de los hábitos de consumo, del ranking de popularidad de los escritores, de sus costumbres y manías, de su gustillo por el reflector o su preferencia por el anonimato. Ir con un pitillo, sin esperar nada, oteando libros, y encontrarte con un Jorge Volpi de pie a tu lado derecho, también allí, abrumado ante el mar bibliográfico, estático y sin ser reconocido. Un desconocido (ahora no) Antonio Skármeta emocionado como un chiquillo ante la visión de un rock-book legendario como el nobel García Márquez, a quien los periodistas no dejan dar dos pasos seguidos. Un Carlos Fuentes todavía buen mozo recibiendo sin reparos abrazos de todo lector que se le cruce. Desde luego, no faltan los groupies armados de novísimas ediciones cazando firmas y fotos en su móvil.
Anteayer conocimos a una leyenda en la cantina "la Fuente" -lugar que frecuentaban Juan Rulfo y Juan José Arreola-: Raimundo Amador, pionero del flamenco fusión. Yo bebía coca cola y él un squirt... tenía enfrente a un experimentador del jazz, del flamenco, del blues y del rock. Amador ha colaborado con Kiko Veneno, Paco de Lucía, Camarón, Tomatito, Lole y Manuel, Andrés Calamaro, Radio Futura, BB King, Björk... y cien más. Sobran las palabras. No pedí autógrafo, ni foto, sólo charlamos con él y otros grandes músicos que lo acompañaban (saludos Navi) sobre Guadalajara, la cerveza, la historia de "La Fuente", el Mercado San Juan de Dios, los palos de lluvia, el mariachi. Ayer nos saludamos otra vez, iban con pantalones de mezclilla y toda su humildad y amabilidad a cuestas. La Feria del Libro trae más que libros, y me alegro, algunas veces los escritores no agregan nada al mundo con toda su ficción.

15.11.06

Ley de Sociedades en Convivencia

La Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la semana pasada la Ley de Sociedades en Convivencia (LSC), un importante paso para el reconocimiento jurídico de la unión entre personas de diferente o del mismo sexo que hayan decidido establecer un hogar común. Esta Ley atiende realidades sociales que el Estado no contempla, y seguirá sin contemplar, pues es de esperarse que el resto de los congresos locales se pronuncien contra esta legislación.

El tema en México es muy espinoso, ayer por la noche en una aparición televisiva costeada por la Iglesia el Cardenal de Guadalajara Sandoval Iñiguez recordó al público –no sólo a su feligresía- que el matrimonio era una institución respetada y que toda ley que atentara contra la integridad de la familia es inmoral.

¿Inmoral? La definición que ofrece la RAE de “moral” establece que es aquello “perteneciente a las acciones de las personas desde el punto de vista de la bondad o malicia” y “que no concierne al orden jurídico, sino al fuero interno o al respeto humano”. Me parece que actúa con malicia quien niega los derechos de otros, quien busca imponer opiniones “de fuero interno” en el campo de la jurisprudencia esgrimiendo argumentos teológicos o bíblicos.
Más allá de la discusión y la polémica, la LSC es un elemento que pone a la Ciudad de México como un referente de tolerancia.

Incluyo a continuación un textito redactado el año pasado, cuando el Congreso español aprobó la reforma del Código Civil para permitir que las personas del mismo sexo pudieran contraer matrimonio:
¿Entiendes?

"El matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos cuando ambos contrayentes sean del mismo o diferente sexo", así reza hoy el artículo 44 del Código Civil español reformado en recientes días. Canadá también ha legalizado el matrimonio homosexual, Holanda lo hizo en 2001 y Bélgica en 2003. Cuatro países que reconocen este derecho a parejas del mismo sexo, otros siete países entre ellos Alemania, Francia y Portugal reconocen su unión civil.

Sustituir “mujer” o “marido” por “cónyuge” es garantizar a las parejas gays los mismos derechos de las parejas heterosexuales y la igualdad jurídica entre los contrayentes, cual fuera su sexo. ¿Quién podría hacer uso de tal derecho?, de acuerdo a nuevos estudios cerca del 3% de la población es exclusivamente homosexual, y un 4-6% ha tenido experiencias homosexuales en algún momento de su vida. Los porcentajes en este rubro son delicados pero al menos ayudan a calcular la cantidad que representa esa minoría. Los números poco importan en realidad, lo que interesa a estos cuatro países es dejar de lado la discriminación jurídica vinculada a la orientación sexual. ¿Seríamos más sensibles al tema si aplicáramos el porcentaje a nuestro propio Congreso? imaginemos que 15 de los 500 diputados que hay en la Cámara son homosexuales y 25 han tenido una experiencia homosexual. Esas son las estadísticas, pero en México ninguna ley aboga por el derecho al matrimonio de esos hipotéticos 15 diputados. Tal vez nos falta un gobernador que abandere con verdadero compromiso la lucha por la igualdad, como hacen los alcaldes de Berlín y de París, ambos homosexuales declarados y activistas.
“Una historia sociocultural de la homosexualidad” de Xabier Lizarraga reseña la historia de discriminación e intolerancia vivida por los homosexuales en México, devela la censura que los ha marcado persistentemente. Avalan el trabajo de Lizarraga sus conocimientos en etnología y antropología, así como su ya conocida apuesta por la reivindicación de la otredad, lo diferente. Si aprendemos a leer la historia de nuestra homofobia como la historia de la negación de derechos básicos, es posible que reduzcamos las brunas cifras presentadas por el IFE (encuesta sobre tolerancia 2001): 66% de los mexicanos no aceptaría nunca compartir el mismo techo con un homosexual; y por el Instituto Mexicano de la Juventud (encuesta nacional de la Juventud 2000): 71% de los jóvenes no apoyaría los derechos de los homosexuales. Esos números sí importan.

1.11.06

Noviembre


El anual ejercicio catártico del día de muertos ha empezado esta mañana. Lejos ya del calendario agrícola prehispánico que marcaba la fiesta de la cosecha, donde la abundancia era compartida hasta con los difuntos, la tradición actual tiene más que ver con el conjuro de la muerte más poderosa: la del olvido. Recordar es la consigna en estos días.

Pero el mexicano no evoca con solemnidad, enfrenta a la muerte de una manera muy querendona, la vive de cerca y la conoce íntimamente. Los sucesos cotidianos que los noticieros presentan parecen respaldar aquella creencia –anunciada en el Laberinto de la Soledad- de que el mexicano y la muerte van siempre juntos, de la mano, mezclándose y dirigiéndose hacia destinos comunes aunque intermitentes. ¿Jugamos con la muerte? Un poco, la ironía y la burla nos ayudan a soportar ese sentimiento tan nacional de indiferencia ante la vida, de desprecio.

Nada de mórbido ni de macabro tienen las visitas a los panteones, es más bien una celebración, sobre todo de los sentidos. Agasajo para todos, los que están y los que se fueron. Hoy me dirigí muy temprano al cementerio Mezquitán, antes de que los visitantes colapsaran las pequeñas arterias de la necrópolis. Toda la avenida estaba cuajada de camiones con flores y de vendedores. Me llevé la camarita digital, tomé unas decenas de fotos venciendo la vergüenza que me da siempre que disparo a traición. Volví a casa más alegre por, perdonen el alarde, tener aún tiempo de evitar esa muerte tan tremenda que supone el olvido, intentaré que alguien en algún lugar me recuerde. Ahora desayuno un vaso de leche y un pan de muerto, una ofrenda que me hago a mí misma.